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La novia estaba lista. Su impresionante vestido llenaba la habitación y ella, recién maquillada y peinada, estaba radiante. Todo el mundo se lo decía y yo pensaba lo mismo. Faltaban pocos minutos para salir hacia la iglesia.

De pronto la novia se sintió agobiada. Demasiada gente a su alrededor. Así que pidió a todos que salieran de la casa, por favor. Su mejor amiga, su querida maquilladora, su hermano, sus sobrinos, todos. “Dejadme sola”.

En ese momento yo empecé a preguntarme si tenía que dejar a un lado mi responsabilidad de captar todo lo que pasa el día de la boda, para que ella se sintiera mejor. Hay que saber cuando tienes que bajar la cámara.

“Mamá tu también”. Teniendo en cuenta que su madre era la dueña de la casa donde estábamos, comprendí que la novia realmente necesitaba unos momentos de soledad. Entonces me decidí a preguntar: “¿Yo también?”.

Su respuesta no la olvidaré jamás. “No, tú no”, me dijo.

Y me quedé con ella, solos en la casa. Y le hice fotos en esos momentos de intimidad, sintiendo hacia ella una inmensa gratitud por el regalo que acababa de hacerme.

Esta pequeña historia refleja la esencia de lo que llamo fotografía consciente.

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